La alquimia del queso

Héctor Peco

Hoy vengo a hablaros de uno de esos tesoros de la gastronomía española, que en muchas ocasiones como lo tenemos tan de cerca obviamos o pasamos por altos, sin saber de qué nos estamos deshaciendo. Dejamos pasar delante de nuestras narices un manjar por el que muchos países estarían dispuestos a pagar una fortuna para que formase parte de su patrimonio gastronómico.

Por ello, quería hablar del queso como si de la fórmula de la alquimia se tratase, haciendo una metáfora con la celebérrima obra de Paulo Coelho, no sólo porque me de la gana, que también, sino porque como todos los que hayáis leído la obra, sabréis que el protagonista es un pastor, que en su caso busca monedas, pero que en el mío, sirve para reflejar el nacimiento de semejante delicatesen. Y es que, como en otras entradas he comentado, muchos de nuestros platos típicos, tuvieron su parto en el callao de un pastor, en su boca pobre pero sabia.
Así fue como vieron que cuajada la leche de cabra o de oveja, ahí ya dependía del tipo de ganado de cada pastor, eran capaces de formar un alimento sólido. Supongo que desconocían el proceso por el cuál la leche había fermentado (la caseina proteína más importante de la leche fermenta a temperatura ambiente de 30º-32º), pero supieron darle aplicación hasta mejorar la técnica hasta nuestros días.
En España hay muchos y muy buenos quesos con denominación de origen, que le dan ese toque de calidad frente a los productos que no llegan desde el extranjero, como son los quesos franceses u holandeses y que por tanto, nos sitúan en el mercado como uno de los principales motores de este alimento.
Disfrutar del queso en las tapas, compartiendo mesa con los amigos y familia, en cualquier momento en el que pases por la nevera y falte el chocolate, porque estarás comiendo un alimento sano y delicioso... y lo digo yo, que el único queso que había consumido hasta hace poco era el de tranchettes y el que sirven en las franquicias de hamburguesas.

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